Literatura y sexo.
Si el otro día os traje un artículo sobre algunas de las mejores novelas de literatura erótica, hoy trataré de ahondar en un tema harto delicado: el sexo en la literatura. Creo que todos estaremos de acuerdo en que pocas cosas tienen más demanda que aquello relacionado con el sexo, y, sin embargo, todo lo etiquetado como erótico arrastra una reputación, digamos, poco amistosa. La realidad, tan incoherente como innegable, es que el sexo vende, pero, al mismo tiempo, el sexo está tremendamente mal visto. No pasa nada cuando la ficción (sea literaria o no) nos ofrece escenas de violencia y gran agresividad, pero, cielos, ¡no permitamos que se muestre un pezón o, Dios no lo quiera, un coño!
No es nada extremo hablar de hipocresía cuando consideramos el tratamiento que recibe el sexo en nuestra sociedad. Y en la sociedad actual, con tendencia a la ofensa fácil, más aún. Pongamos un ejemplo: la novela En el punto de mira, de Arantxa Rufo. Se trata de la historia de una francotiradora, una asesina a sueldo a la que no le tiembla el pulso a la hora de cobrarse una víctima, a veces de forma muy sangrienta y, quizás, innecesariamente descriptiva. Hay, además, dos o tres escenas de cama, contadas de forma más bien superficial, en las que resulta evidente que hay sexo, aunque, al contrario de lo que sucede en algunas de las escenas más crudas de asesinatos, la autora pasa más bien de puntillas por ellas. Y, sin embargo, algunas críticas a la obra atacan esas escenas de sexo. Sobre las escenas de gran violencia gráfica, curiosamente, no he encontrado ninguna.
No hay duda de que es una cuestión controvertida, pero, francamente, ¿qué hace que una escena de sexo sea peor que una escena de asesinato? Ahí están las películas de acción, algunas de ellas auténticas orgías de sangre y violencia que, sin embargo, consumen y disfrutan adultos y jóvenes por igual. Pero ojo, no vaya a salir una teta. Porque entonces, cielos, se alzarán incontables voces que atacarán a los responsables de la película, todo ello, por supuesto, con la noble intención de proteger a los menores de esas cruentas escenas. Porque no pasa nada porque vean cómo le revientan la cabeza de un disparo a un personaje, pero ¡ay como vean una teta! ¡O, aún peor, pelo púbico! ¡El apocalipsis!
Debe quedar claro que, cuando hablamos de literatura y sexo, no nos referimos exclusivamente a novelas pornográficas. Haberlas haylos, como también hay películas pornográficas. No. Nos referimos a cualquier historia, cualquier novela susceptible de ofrecer una escena de desnudos o incluso de sexo velado, escena por la que habitualmente pasamos de puntillas, como si tuviésemos miedo de molestar a los personajes que, por qué negarlo, están pasándolo tan bien.
Xakura O´Hara, con su ¿Soy tuya?, nos narra una historia que sí, está cargada de escenas de sexo explícito, pero que también ofrece numerosas escenas románticas y de intriga, grandes diálogos y muchas otras cosas que resultaría injusto enterrar bajo la maltratada etiqueta de sexo. Se nos olvida a menudo que la literatura es arte, y que el arte no puede ser medido por ciertos parámetros. De hacerlo corremos el riesgo de perdernos grandes obras, tan solo porque la etiqueta que la sociedad les ha atribuido no encaja, a priori, con lo que consideramos aceptable. Ahí tenemos la Lolita de Nabokov, con la cabeza bien alta y considerada una de las cien novelas más importantes del siglo XX.
Normalicemos el sexo en la ficción. O, al menos, démosle un tratamiento equivalente al que recibe la violencia extrema. Solo con eso tendría mucha más aceptación de la que hoy en día tiene, por lamentable y retorcido que esto pueda sonar. Así somos.